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¿Ya no importa el lugar donde trabajamos?

Tiempo de lectura:  4 minutos

Ahora que muchas empresas trabajan en un mundo digital, el lugar donde trabajamos es cada vez menos importante, afirma Ben Hammersley, nómada futurista, desde una oficina en algún lugar del mundo

 

Era más fácil cuando teníamos máquinas. Puede pegarle una patada a una máquina; tienen un cierto peso, una masa difícil de ignorar. Si dirige una empresa que fabrica cosas, dobla metales, le da forma a la madera o moldea plástico, tendrá máquinas: aparatos descomunales para las que hace falta tener un lugar en el mundo. Necesitará una fábrica, una ubicación, un punto en el planeta donde asentarse, instalarse y empezar a producir. Necesita un lugar y, con un lugar, lo demás ya viene solo.

La cosa aquí es que, hoy en día, las máquinas están algo pasadas de moda. Para muchos de nosotros, nuestro trabajo consiste más bien en apretar teclas que en prensar metal. Así que la necesidad de hacerlo en un lugar específico empieza a ponerse en entredicho. Desde luego, como podrá atestiguar cualquiera que haya invertido en una silla de calidad, un escritorio para trabajar de pie o un monitor triple de lo más sofisticado, tener cosas que no caben en una mochila puede ser beneficioso, pero no se trata tanto de una infraestructura industrial esencial como de un tema de ergonomía. Y no son exactamente lo mismo.

Trabajar en la nube

La llegada del trabajo del conocimiento basado completamente en la red empieza a poner en tela de juicio muchísimos supuestos preexistentes sobre cómo debe ser una empresa. La ubicación es el más obvio de estos supuestos. Tengo que tener una dirección física para mi empresa porque los bancos y los gobiernos la necesitan para rellenar un campo de sus bases de datos; no hay, literalmente, otro motivo. No recibo correo: mi correspondencia es completamente electrónica. No trabajo con bienes físicos, así que no tengo que distribuir inventario ni enviar productos terminados. E incluso en el hipotético caso de que yo cayera en una redada televisada en directo, con agentes del gobierno ataviados con sus cazadoras llevándose cajas y cajas de pruebas de un fraude internacional a gran escala o algo por el estilo, habría un incómodo rato de espera durante el que tendrían que ponerse a imprimirlo todo. No tengo un archivador, ni siquiera impresora.

Mi infraestructura no solo es completamente digital, sino que es un poco difícil determinar la ubicación exacta de cada cosa. La nube de Google, por ejemplo, contiene mi correo electrónico, pero los datos están compartidos en sus máquinas de centros de datos repartidas por todo el mundo. Es más, estos datos se van moviendo de un lugar a otro: si accede a su cuenta de Gmail desde un país durante un cierto tiempo, el sistema de Google trasladará sus cosas a un centro de datos más cercano geográficamente a usted, de forma automática y sin una supervisión específica. Preguntar a Google dónde están sus cosas, dónde está la máquina específica, es como preguntar al cielo donde está el tiempo: en todas partes.

Un llavero de globo terráqueo con una llave

En el mundo digital, se puede trabajar desde cualquier sitio y lugar

 

La muerte de la distancia

Así que esta situación plantea preguntas muy interesantes sobre la naturaleza de la empresa. Si la ubicación es una ficción necesaria únicamente para una base de datos, ¿realmente importa? Para mí y para un grupo cada vez mayor de emprendedores, la respuesta es no. De hecho, mi empresa (que consiste en un inglés que vive en Los Ángeles, con varios empleados que trabajan desde China, Nueva Zelanda, Tailandia y otros dos tíos que no sé exactamente dónde están este año pero que parecen estar despiertos más o menos en horario de Singapur) no está basada en ninguno de estos países.

Legalmente, mi empresa reside en Estonia, la nación báltica con la infraestructura digital más sofisticada del mundo. La infraestructura del gobierno de Estonia se aloja por completo en Internet y puede accederse a ella con una tarjeta identificativa que cuenta con un chip con un cifrado muy potente. Durante los últimos años, este gobierno ha estado ofreciendo esta tarjeta a residentes electrónicos de cualquier lugar del planeta. Con una tarjeta identificativa de Estonia puede crear una empresa en la Unión Europea, abrir una cuenta bancaria empresarial, dirigir su empresa y pagar sus impuestos desde cualquier lugar del planeta. Yo he ido dos veces a Estonia (es muy bonita y recomiendo visitarla, especialmente en primavera), pero no ha sido necesariamente por motivos laborales.

Sin anclarse a un sitio

A finales de los 90, ante la llegada de la revolución digital, una de las frases clave del dogma puntocom fue la "muerte de la distancia": las comunidades basadas en intereses se formarían independientemente de nacionalidades o ubicaciones y, por lo tanto, ambos conceptos pasarían a ser irrelevantes.

La historia ha demostrado que, hasta ahora, la última parte estaba equivocada, pero la primera es más cierta que nunca. La ubicación de la empresa está completamente desligada de la ubicación de las personas que llevan a cabo su trabajo y estas, a su vez, están completamente desligadas de las herramientas de trabajo que usan. Gracias a los servicios y al almacenamiento en la nube, si ahora se me cayera el café sobre el portátil, podría contar con otro nuevo, comprado, en marcha e idéntico al que tengo en este momento tan pronto como abrieran las tiendas, así que preguntarme dónde está mi ordenador es una pregunta metafísica válida, aunque lo note ahora mismo apoyado en mi regazo.

Así que, aunque sigo necesitando tener una dirección, los motivos son distintos. Tener un sitio donde sentarse, encontrarse y hablar con otros, y disfrutar de café y ancho de banda: eso sí que es importante. Está claro que se necesita una dirección de correo electrónico y quizá un número de teléfono para aquellas personas lo suficientemente raras como para hacer llamadas de teléfono en 2018, pero una dirección comercial permanente me parece un último e innecesario vestigio del siglo XX. Si no tengo máquinas, ¿por qué tengo que indicar en qué lugar las colocaría?

 


El británico Ben Hammersley es un tecnólogo, periodista, autor y locutor radicado en Londres (Reino Unido)